~ Everybody's Fool ~

Pasos indecisos que fingen ser firmes, una máscara de seriedad, indiferencia, que trata de camuflar un creciente nerviosismo. Pánico, temor. Una emoción completamente irracional y que se ha hecho con el control total de mi cuerpo. Mis manos se han convertido en puños en el interior de los bolsillos de mi gabardina; tras los cristales de las gafas de sol, mis ojos desbordan en una espiral de emociones que abarcan desde la más profunda cólera al más puro miedo. "¿Miedo de qué? ¿Miedo por qué?" Porque me conozco, me conozco demasiado bien como para saber las repercusiones que pueden traer mi maldita aceptación de esa proposición que jamás debí haber permitido. "Debiste haberle arrancado la lengua por el mero hecho de atreverse a decir algo semejante."


Pero no, como siempre obro por pura arrogancia, por pura vanidad. Me digo que ya he dado un paso y que, por ello, ya puedo dar veinte, y ahora debo hacer frente a unos acontecimientos que tal vez traigan la desgracia para varias decenas de personas. - Tks... - bufo, sin poder evitarlo, mordiéndome el labio con tal fuerza que la boca termina por saberme a cobre. Lo cierto es que no me apetece, no deseo un escándalo público. No. No porque tenga algún tipo de remordimientos, no porque la idea de sus cuerpos destrozados despierte algún tipo de lástima en mí. Sencillamente, no quiero destruir el tan ínfimo esbozo de vida normal, real, que he conseguido tras más de 250 años.


La tenue luz del atardecer guía nuestros pasos hacia esa condenada biblioteca. La primera vez que me muestro en público, tal vez la última. El editor me suplicó que aceptase algo que el público lleva pidiendo desde hace años, que la afamada Lyssandra Bardoux, la Dama Negra, salga de su cueva y deje mostrar su rostro al mundo. Qué me importa a mí ese mundo, esa sociedad que está todavía más podrida y contaminada que en mis tiempos de humana. Pero, nuevamente, por ese retazo de mí que da desesperadas bocanadas de aire para seguir respirando, seguir viviendo de manera más o menos normal, he accedido, sin pensar siquiera, creyéndome menos vulnerable por el simple hecho de aprender, aunque todavía de manera reciente, lo que es nuevamente la convivencia.

Escucho su voz, a mi lado, con ese tono informal y tan despreocupado que, ahora mismo, le envidio. Sí, por eso está aquí, por eso mi mandato ha sido que me acompañase, a toda cosa; una orden directa que no puede, por su condición, rechazar. - No me preocupan los presentes, tienes razón, pero me preocupa mi condición de vida, y un espectáculo de carnicería supondría mudarme, aguantar que los medios de comunicación hablen sobre mí durante saben los infiernos cuánto tiempo. Así que sí, estás aquí para, en el peor de los casos, frenar una carnicería asegurada. - Lo miro de reojo, con las gafas de sol oscuras, con una seriedad absoluta y sin rasgo alguno de broma. - Eres el único que puede hacerlo, a fin de cuentas.


La gente comienza a aumentar en número, a medida que nos vamos acercando al lugar en cuestión. Wolfy también lo nota; es más que evidente que la biblioteca va a estar atestada. ¿Cuánta expectación puede llegar a causar una sola persona? Mucha, por lo que veo. Escruto a todos los transeúntes con ojo lince, queriendo formar un patrón, un canon de los usuarios que van a estar presentes. Pero nada, el público es tan diverso que no hay por dónde cogerlo. Tanto adultos hechos y derechos como mocosos, adolescentes que avanzan en pandillas entusiastas. Inaudito. Tan solo me hace afirmarme en mi hipótesis, puesto que estamos hablando de personas que disfrutan leyendo libros donde las víctimas son devastadas de manera tan visceral que las torturas de la antigua Inquisición con minucias. "Este mundo está podrido."


La voz del demonio continúa fluyendo, de manera ocasional, hasta mí. En el estado de alteración en el que me hallo no estoy segura de que sea lo más aconsejable hablarme. Sin embargo, al dejar un intervalo prudencial entre cada frase, tampoco me incordia en extremo. Supongo que él también es consciente de mi estado y prefiere andarse con pies de plomo. - No. Para nada lo estoy. La última vez que estuve en alguna especie de acto público yo todavía respiraba y las mujeres no podían mostrar los tobillos sin ser consideradas rameras.


Es inevitable. Ya no hay marcha atrás. El edificio que conforma la biblioteca pública que alza frente a nosotros, en unas puertas que ya dejan entrever, tras las grandes cristaleras que se extienden hasta un tercer piso, los concurridos pasillos. La estructura diáfana deja a la vista todo el interior, elegante y sofisticado, incluso las escaleras que comunican todas y cada una de las plantas. En la primera planta, la cual es la que más número de visitantes recibe, se percibe el movimiento del personal para ultimar mi llegada. Suspiro. Bien, ahora solo puedo confiar en la suerte y en mi propia capacidad para amansar a mis demonios internos.


- ¡Señorita Bardoux! - Un hombre alto, bien vestido y con un aspecto un tanto pedante, se acerca a mí con un andar grácil y de aires sofisticados. Sin duda debe de ser el dueño del establecimiento, nadie es tan estirado si no es el propietario. Es lo habitual. - Me siento tan honrado de que haya elegido este lugar para su aparición. Es usted bellísima, si me permite el atrevimiento. - El hombre en cuestión, cuyo bigote oscuro, castaño, al igual que su cabellera, me pone histérica por algún motivo, toma mi mano sin la menor invitación a ello y la besa repetidas veces. Error; un gran error. ¿Acaso piensa que alguien como él puede cometer la desfachatez de tocarme?


"Me da asco." Grita una voz en mi cabeza, una voz que yo bien conozco, que brota dentro de mí, lenta y silenciosamente, la voz de esa locura que comienza a acechar y que solo conoce un modo de saciar su sed."No. No ahora. Ya me encargaré de saciar tu sed más tarde." Con este pensamiento, con esta pobre manera de querer contenerme a mí misma, aparto la mano de ese hombre, con brusquedad, mirándolo con un desprecio que no puedo evitar ni disimular.


- Si no le importa, ahórrese ese tipo de acciones. - le espeto, apartando las gafas de mis ojos para poder sondearlo con la mirada. Es todo cuanto necesito para conseguir que éste se muestre mucho más cauto y atemorizado. Sin pudor alguno, rodeo el brazo de Wolfy, atrayéndolo ligeramente hacia mí. - Solo este hombre puede tocarme bajo mi consentimiento. Llámelo caprichos de escritor escrupuloso. ¿Puede mostrarnos a hora la sala donde se va a realizar la rueda de prensa, si es tan amable?


- Sí, claro... - La sonrisa en el rostro del susodicho se borra de un plumazo, sustituida por una mirada suspicaz. Eso, aunque sea de manera muy ínfima, me relaja y agrada.

Todavía asida al brazo de mi esclavo, avanzo al interior, notando las miradas volverse bajo nuestro agarre. Durante unos segundos es como volver atrás, al pasado, a aquellos años en los que mis pies recorrían suntuosas pistas de baila, cogida del brazo de uno de los tantos hombres que se denominaban mis pretendientes y se sorteaban mi mano en matrimonio como si fuese carnaza. Durante unos tortuosos segundos, vuelvo a experimentar lo que es ser víctima de el escrutinio de un público necio e insípido, vulgar, solo que mi paciencia y compostura no es la de antes, porque hace tiempo que mi buena cordura, o más bien la ausencia de la misma, me ha privado de ello, sobretodo más de dos siglos de una reclusión prácticamente total. Me aferro con mayor fuerza al brazo de Wolfy, tratando de aparentar de lo que carezco, intentando por todos los medios mantener la mirada al frente, mostrar una indiferencia que me gustaría experimentar en lugar del molesto nudo en el pecho, en lugar de ser bombardeada con palabras.


~ Sweet sacrifice ~


"Asco. Repugnancia. Odio. Rencor."

"Asco. Repugnancia. Odio. Rencor."

"Asco. Repugnancia. Odio. Rencor."

"Muerte..."


- Esto va a resultar complicado. - mascullo, repasando con la lengua el contorno de unos colmillos que se han desfundado involuntariamente, movidos por la ira interna que reverbera en mis entrañas. "¿Recuerdas sus cuchicheos al poco de morir tu hermana? Decían que desapareciste porque tú eras la culpable. Siempre habías sido la oveja negra de las dos, la hermana que sobraba. Dijeron que, por celos, tú la habías matado, que tú eras culpable de que la sangre y el cuerpo de tu hermana manchase el agua del lago."


"Ya basta."


Me guían hacia una mesa, hacia la cual avanzo como una autómata, sentándome en una silla y limitándome a mirar sin mirar a la gente que me escruta y comenta sin pudor, con unos ojos que vagan de la admiración y entusiasmo a la lujuria y pura morbosidad. "Te juzgan, piensan sobre ti sin ni siquiera conocerte, divagando a través de lo que tus novelas dejan entrever. Eres como un monstruo de circo, algo con lo que llenar pobremente el vacío que tienen sus insistencias insignificantes." Las preguntas de los reporteros es lo primero que rompe los murmullos por los cuales se vio inundada la sala. Inspiro, trato de contestar con la mayor serenidad de la que puedo hacer gala. "Ya lo he hecho antes. Fingir, gracias a mi buena madre, interés y amabilidad, no debería resultarme complicado." Solo repitiéndome este pensamiento hasta la saciedad consigo aguantar, sonreír incluso y hacer algunos comentarios jocosos. Pura mascarada, pura y vil falacia, pero a fin de cuentas es lo que ellos quieren. El ser humano no busca la verdad, tan sólo quiere que sigan sustentando las brumas de necedad en las que viven, desarrollan y acaban pereciendo. "Patético. Son seres tan inferiores que podrías terminar con ellos con un simple pisotón." 

"Escoria. Inmundicia. Insectos. Marionetas huecas y prescindibles." Trato de mantener la sonrisa en los labios, pero bien sé que no me será posible como mis pensamientos sigan oscureciéndose de este modo. Miro durante unos instantes al demonio, de manera disimulada, queriendo asegurarme de que esté cerca si, en el peor de los casos, yo no soy capaz de continuar con esto. "¿Por qué no hacerlo? Adelante, vamos, lo deseas. El único motivo por el que sus insignificantes vidas tienen algún sentido es para poder hacer de surtidores; meros recipientes de tu propio sustento. Vamos, lo sabes, lo notas, lo captas; es el dulce palpitar de sus venas, es el delicioso deslizar de su sangre por todo su cuerpo. Lo quieres, lo anhelas, lo necesitas. Sabes lo que es el placer de la caza, la adrenalina exteniéndose por todo su sistema mientras te sacias, mientras dejas que la carne ajena ceda a tus caninos, el deleite que proporciona el carácterístico ceder de la piel, notar como se desgaja con cada tirón, como el cuerpo ajeno..."


"He dicho que ya basta."

En un parpadeo, los asistentes han empezado a formar una cola frente a mí, con miradas soñadoras y unos nervios que hacen palpitar sus corazones de manera demasiado tentadora. Me ciega, me inquieta; las muñecas que la primera mujer, una muchacha, identifico cuando alzo la vista hacia ella, una simple adolescente. Sus ojos, resaltados por el fuerte maquillaje negro que los rodean, están excesivamente abiertos, al igual que esa sonrisa que despunta de manera repleta de éxtasis. Me tiende el libro con torpeza, mientras risotadas desagradables escapan de sus labios. "Patético. Desagradable. Sabes que ni siquiera cabe la más remota posibilidad de que despierte algo de agrado en ti."


- ¡Oh, Dios! ¡No sabes cuánto tiempo deseé este momento! ¡Me encantan tus libros, los adoro! ¡Realmente eres la mejor!

"Escoria. Inmundicia. Insectos. Marionetas huecas y prescindibles." Mis ojos ni siquiera vuelve a hacer el esfuerzo de querer volver a mirarla. Trato de asir la pluma, pero mis puños se encuentran cerrados, tensos, tiemblan del propio ansia.

- ¿Podrías dedicármelo? No quiero ni imaginarme la cara de mis amigas cuando lo vean. Es decir, ¡lo ha firmado la Dama Negra!

"Cállate. Cállate. Cállate. Simplemente, cállate."


No puedo contenerme por más tiempo.

Me alzo, con violencia. Todos los presentes fijan la mirada en mí, enmudecen. Me da lo mismo, no me importan, no me interesan. Me dan asco. Todos ellos. Incluso esta estúpida niña que no hace más que despotricar. Todos son inmundicia. Escoria.


- Ahora vengo. Necesito ir al servicio. - Realmente no pensé tener la fortaleza para contenerme, siquiera, aunque realmente no lo hago, porque mi paso acelerado, apresurado, a todas luces deja ver hasta qué punto se reduce mi fuerza de voluntad. "Das pena. Has perdido tanto durante estos años. ¿En qué te has convertido? ¿Qué ha sido de la depredadora que gozaba en demasía de su caza? Todavía lo quieres, todavía lo deseas."


Entro en los servicios dando un portazo, sin molestarme siquiera en encender las luces. Ando de un lado al otro, no puedo parar. Soy una fiera enjaulada, una fuera que ruge sin control y quiere salir. "Lo deseas. Lo necesitas." Apoyo las manos en el mármol de los lavamanos, mirando con fijeza en el reflejo que me devuelve el espejo. Ni siquiera me reconozco, ni siquiera puedo ver lo que un día fui. Solo veo un animal, un monstruo, un monstruo que chilla y araña mis entrañas para poder salir. Un monstruo que me sonríe al otro lado del cristal.

"Sabes que tienes que ceder. Sabes que es lo que tú también necesitas."

- ¡CÁLLATE! - Y mis manos golpean el cristal, lo parten en mis fragmentos mientras el intenso líquido rojizo resbala de entre mis dedos, gotean sobre la pileta de mármol blanco. Tiemblo, tiempo porque mi cuerpo sabe que esa voz tiene razón, porque yo misma sé lo que soy y lo que intento negarme.

Un monstruo.

Y eso me aterra más que nada en este mundo.

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