Esta será otra de las historias que seguiré de manera paralela a la publicada con anterioridad. A diferencia de Red eyes in the darkness, este fic también está siendo publicado por mí en el siguiente enlace: http://www.corazondemelon.es/forum/t11853,1-i-nathaniel-castiel-lyssandra-in-the-middle-of-the-nothing.htm. El hecho de llevarlo a cabo también por este blog es sencillamente para que pueda llegar al alcance de un público menos restringido. Del mismo modo, los personajes que aparecerán a lo largo de la trama, a excepción de la protagonista y determinadas excepciones, pertenecen al juego online en cuestión. La trama, una vez más, es obra entera y exclusivamente de la autora.

Espero que disfrutéis con la historia :)

IN THE MIDDLE OF THE NOTHING

PRÓLOGO


La lluvia corre por los cristales de una habitación en penumbras. Las gotas se deslizan con parsimonia sobre la superficie plana, inmutable, mientras el cielo llora haciendo eco de unos gritos que ya han expirado en la sala vacía. Al fondo del pasillo, justo el que comunica con al baño de la primera planta, tía Sophie todavía solloza aferrada al auricular del teléfono. Mis ojos, sin embargo, ya no guardan más lágrimas que derramar.

No sé cuánto tiempo llevo, inexpresiva, observando la lluvia. Ni siquiera sé por qué lo hago. La odio, la detesto. La aborrezco. Se burla de mí, ríe a carcajadas reflejando unas emociones que no quiero atribuirme a mí misma, porque no quiero afrontarlas, quiero que se marchiten, que se desfiguren con los surcos que el agua forma en el cristal. Quiero olvidarme de este maldito día, apartarlo de mi cabeza y de mi vida para que no vuelva más.

Pero la vida no es elegida por nosotros mismos. Nosotros únicamente somos los títeres de un macabro director de escena llamado destino, el cual, desde arriba, contempla con una mueca de satisfacción como nos tropezamos con las piedras que él mismo nos lanza.

"Él ya no está..."

Una punzada de agudo dolor me atraviesa el pecho; lo perfora hasta que siento el mismo como si corroyese mis costillas. Duele, duele demasiado, y si embargo ya no hay salida para tanto dolor. Pura ironía. "Mientras el cielo llora, a mí ya no me quedan lágrimas que derramar." Un relámpago alumbra de manera inesperada el escenario, prende un leve destello sobre el instrumento que sostengo. Hace que mis pupilas desenfocadas se contraigan débilmente, que vuelvan a la realidad, como si, perezosas, hubiesen estado cobijadas en un apacible sueño.

Vuelven a estudiar la guitarra.

Bajo la luz de los rayos, Dafne parece tener vida propia. Quizá, como yo quiero tratar de pensar, sea verdad, y alguna parte remota de él perdure dentro de ella, se haya aferrado a algo para no romper la promesa que me había hecho hace ya tantos años, cuando la muerte se había vuelto a cebar en nosotros y yo tuve que decirle adiós, todavía con tiernos hoyuelos en las mejillas, al cuerpo ya inerte de mi madre.

"Jamás te dejaré sola", había dicho. Pero "jamás" abarca un periodo de tiempo sobre el cual ninguna persona debe de atreverse a jurar.

Abrazo la guitarra. La abrazo con desconsuelo, sintiendo como mi cuerpo al completo vuelve a temblar. Mis dedos, trémulos, indecisos, acarician las cuerdas, lo hacen de manera tan débil que temo no escuchar su murmullo por encima de los truenos.

Pero el suave acorde suena una sola vez.

Un "te quiero" llevado consigo a través de la lluvia, con forma de amarga melodía.

Y, cuando creía que mis ojos estaba secos, las lágrimas vuelven a aflorar.

"Adiós, papá", quieren decir mis labios; en la garganta, un nuevo llanto de dolor. Pero la triste realidad queda reducida a oscuridad, a lluvia, a silencio..., a nada.

Este fic empleará personajes del conocido anime Naruto y, por tanto, estará basado en cierta parte en dicha saga de Kishimoto. No obstante, la trama que se elaborará a lo largo de los capítulos es propiedad original de la autora (osease, yo). Dicha aclaración se realiza para evitar problemas o falsas acusaciones de plagio.

Muchas gracias y disfrutad de la primera publicación de este foro :)




RED EYES IN THE DARKNESS

PRÓLOGO


Un cosquilleo que llega desde la nuca hasta la punta de los pies. Ese desasosiego que no puedes ignorar y hace que tu respiración se acelere irremediablemente, del mismo modo que tu corazón comienza una marcha frenética en tu pecho y consigue que la fatiga te inunde a pesar de estar inmóvil, tumbada en la cama, descansada y aparentemente tranquila. Te fuerzas a mantener los ojos cerrados, a continuar con un sueño que sabes al cien por cien, por alguna extraña razón, que desearías no experimentar, del que desearías escapar por algún inexplicable motivo. Sí, esos son los síntomas del pánico, del miedo irracional que provoca el mal presentimiento. Porque lo sabes, algo dentro de ti lo siente fluir al compás del sudor frío que ya recorre tu frente y se desliza por tu garganta. El sueño terminará mal, la pesadilla se extenderá como un manto negro, mortífero, dentro de ti, hasta que tus labios se abran, de la garganta escape un grito, un alarido de puro terror que haga despertar, devolver a la vida unos sentidos aferrados y obligados a experimentar el terror.

Y lo último que recuerdas, cuando abres los ojos, son esos iris rojos, la sangre inundando unos ojos ajenos, que te escrutan desde el fondo de una oscuridad remota y asfixiante, que parece apresar todo aquello que cae bajo su manto fúnebre, inerte, dejando que todo se apague bajo esa luz mortífera del color del rubí, en un rostro que no puedes asociar con algo más que no sea la fría y macabra cara de la muerte.



Mis ojos estudian el dormitorio entre las penumbras de la noche. Los ojos, abiertos de par en par, se amoldan paulatinamente al penumbroso alrededor. Mi pecho sigue ascendiendo y descendiendo y los latidos de mi corazón martillean en mis tímpanos. Tiemblo, tiemblo de la cabeza a los pies. Sin darme cuenta siquiera de ello, estoy sentada en la cama, rodeándome las piernas con los brazos. Y en mi cabeza se repite la misma escena, una y otra vez. Esos mismos ojos desorbitados y los mismos gritos. La sangre, incluso el olor a putrefacción y miedo. Escudriño mis propios brazos bajo la tenue luz de la luna que se cuela tras las ventanas del dormitorio. Parece que no puedo creerme que mi piel siga blanca. Parece como si, aún ahora que sé que todo era un sueño, que vuelvo a estar envuelta por la vida real, esperase encontrar la sangre tiñendo mi piel.

Con nerviosismo, llevo las manos a mi cara, dejando que se pierdan entre el pelo rubio anudado hasta descansar entre las sábanas de la cama. Miro el despertador. Las cuatro de la madrugada. En cuestión de escasas horas, todos estarán en pie, todos se pondrán en movimiento y marcharemos rumbo a lo que han asegurado que será unos días de ensueño. Y ahora yo pienso en ello y me vuelvo a echar a temblar, y tengo que hundir la cara en la almohada para mitigar el llanto. Porque no, no quiero ir, no quiero pisar ese lugar mientras el mal presentimiento sigue ahogándome y estremeciéndome. Porque sé que esto está mal, sé que es un gran error aunque mi parte racional no sepa exponer un motivo coherente para respaldarlo.

Y, lo peor de todo es que también sé, a ciencia cierta, que cuando todos abran los ojos esta mañana, obviarán mis quejas, mis ruegos, y todos, juntos, nos pondremos de camino a ese lugar que, sin haberlo visto todavía, ya tiene el poder de arrancarme incontrolables escalofríos. De hacerme sentir indefensa y vulnerable.
Porque ante la simple evocación de ese pueblo a mi mente, esos ojos carmesíes vuelven a proyectarse desde las profundidades de mi mente.

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