Líneas de una antigua historia inconclusa. Espero que lo disfrutéis :)
"Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo."
Tras las ventanas tintadas del automóvil, el paisaje se desdibujaba ante
mis ojos, creando inconexas y difusas líneas que variaban su intensidad en una
escala indefinida de grises. No había que detenerse a pensar demasiado para
llegar a la conclusión de que, fuera de aquellos cristales ennegrecidos, la
gama cromática real no presentaba una mayor diferencia. Era otra mañana
plomiza, grisácea, como muchas otras más. El ambiente estaba cargado de esa
humedad característica de la estación invernal y encharcaba de algún extraño
modo mis pulmones. EL ruido del motor, apenas perceptible por lo habitual,
estaba logrando levantarme dolor de cabeza. Estaba muy irritable, lo sabía, y
tenía mis motivos para estarlo.
El coche se detuvo en frente de su destino, un alto edificio de las afueras, de
piedra ennegrecida a causa de del clima. El ruido cesó, el encharcamiento de
mis pulmones empeoró. Ahora lo que taladraban mis tímpanos era el sonido de
unas pulsaciones que era incapaz de controlar.
Me observé a través del espejo que Joseph ajustaba en ese mismo instante para
poder observarme. A pesar de encontrarme alterada, la frialdad de mis ojos se
mantenía indemne. No obstante, aquella sensación, aquel bombeo incesante en
torno a mis sienes aumentaba. ¿Era ira? ¿O, más bien... miedo? ¿Nervios? No, no
quería admitir lo que sabía que era cierto.
Las manos de mi chófer se fijaron en el volante, patentemente incómodo,
planteándose si debería decirme algo. No le di la oportunidad. Sin mediar
palabra, abrí la puerta y me enfrenté a las frías temperaturas de la mañana.
Metí mis manos en los bolsillos de mi larga gabardina negra, resguardándome en
ella de la rasca que me envolvía. El ruido del motor volvió a hacer acto de
presencia. Se alejaba.
Mi pelo, estratégicamente recogido, se balanceaba de manera pendular, trenzado,
tras mi espalda, mientras con pasos decididos me encaminaba hacia la entrada
del edificio. Subí los dos peldaños empedrados, húmedos, bajo el taconeo de mis
botas. Alcé la mirada, topándome con el panel del listado de pisos, junto con
sus respectivos timbres. En el 3ºA, donde bajo letras emborronadas por algún
tipo de filtración de agua se podía entrever Nicholas Beltrat, estaba mi
destino. Pulsé el timbre, que emitió un sonido estridente que hizo su eco en
una calle que todavía parecía estar sumida en el letargo. Una indudable voz
femenina me recibió con demasiada petulancia. Bastó decir mi apellido para que
me permitiese la entrada.
La puerta se abrió con un sonido mecánico. Dentro, tan sólo había un recibidor
ensombrecido y unas largas escaleras que subían en caracol hacia alguna parte.
Resignada, comencé a subir.
Un camino largo, muy largo, pero que encontró su fin frente a una puerta de
roble sobre la cual había colocado una placa de color cobrizo. Nicholas
Beltrat, psicólogo. Decía. Llamé a un nuevo timbre. La puerta se abrió en menos
de un minuto. La mujer que me había hablado abajo, a la cual ni me molesté en
estudiar, me indicó que él me esperaba en su despacho, última puerta al fondo.
Asentí.
Los latidos de mi corazón se volvían más bruscos por cada paso que daba. Tenía
miedo, pero ¿miedo de qué? No me entendía ni a mí misma. Mi cabeza trabajaba a
toda velocidad, barajando la posibilidad de dar media vuelta y matar el tiempo
en algún lugar hasta que Joseph vuelva a buscarme justo hora y media más tarde.
No obstante, toda idea se evaporó en mi cabeza cuando mi mano tocó el
picaporte, lo movió y abrió la puerta. Entré.
–...
Dentro hacía frío. No me quité la gabardina pero obedecí. Tomé asiento justo
enfrente de él.
–...
–Supongo que sí. Podría decirse que me encuentro bien. Oiga, ¿es necesario
seguir con esto? Llevo dos semanas viniendo y no he experimentado esa mejoría
de la que usted no para de hablarme.
–...
Oh, sí, claro, sólo la superficie. Hemos rascado más que la superficie, más
bien, hemos hecho hoyos del tamaño de cráteres en mi memoria.
–...
– ¿Otra vez? ¿De qué narices sirve hablar otra vez de mi infancia?
–...
Resoplé. Tratando de acomodarme en la silla de piel, me dispuse a hablar. No me
quedaba otra.
–Muy bien. Nací en 2029, en febrero, en la gran mansión Gólubev. Sí, la que se
ve a mil leguas de distancia, simboliza el ego de mi padre.
–...
¿De qué serviría hablar de mi padre? - me envaré.
–...
– ¿Mi padre en mi infancia? No pinta demasiado, la verdad. Siempre ha sido un
hombre de negocios, apenas estaba en casa. Las únicas veces que nos veíamos era
a la hora de la comida. Se empeñaba en que comiésemos todos juntos como si
fuésemos una familia perfecta, mi madre, mi hermana, él y yo. De aquella,
cuando era niña, reconozco que me gustaba. Veía sonreír a mi madre y a la
pequeña Katia y aquello me gustaba.
–...
–Sí, la adoraba. Pasaba casi todo el tiempo con mi madre. Había dejado de
trabajar en cuanto se casó. Antes era diseñadora. No le importó dejar su
trabajo, o eso me decía siempre que se lo preguntaba. Le gustaba coser cosas
para nosotras, ¿sabe? Para mí y para mi hermana. Nos pasábamos prácticamente
todas las tardes entre telas, alfileres y agujas. Recuerdo que me reía mucho
con ella, me divertía, incluso aprendí a coser.
–...
–Oh, sí, terminé aficionándome a la costura. - Sin saber por qué, sonreía. -
Pero también me gustaba dibujar y, al poco, me aficioné a la guitarra. Era
pequeña, pero ya sabía tocar algunos acordes. Se lo enseñé a mi madre y quise
enseñárselo a mi padre, pero...
–...
–Bah, nada. Como siempre, estaba ocupado. En fin, era una niña buena, dulce,
feliz con su mamá, sacaba buenas notas en el colegio... No hay mucho más que
contar, a decir verdad.
–...
–... Sí, bueno, la adolescencia es complicada para todos y no hable de ella
como si ya la hubiese pasado. Después de todo sigo siendo una niña
incomprendida y que va contra el sistema, ¿no?
–...
–Oh, claro, ahora nadie lo ha dicho. ¿Y por qué cree que estoy aquí? Es igual,
sigamos y así terminaremos cuanto antes. El caso es que a medida que crecía las
cosas no cambiaban demasiado. Continuaba pasando prácticamente todo el tiempo
con mi madre, aunque trataba de mantener cierta vida social en el instituto.
Aún así, ella era mi mejor amiga. En lo referente a los estudios, todo iba
viento en popa. Mis notas eran excelentes, y las compaginaba con el equipo de
baloncesto femenino. No, yo nunca fui de ponerme ese uniforme hortera de las
animadoras. No, no es que no me gusten las faldas, es que mantengo algo de
dignidad. Además, ¿a qué viene eso?
–...
–Ya claro, todo es relevante. Empiezo a pensar que a usted le gustan las jovencitas
con minifalda. Eh, eh, tranquilo, era un comentario amistoso. - Al fin había
conseguido anotarme un tanto. Sonreí burlonamente.
–...
De pronto, todo mi cuerpo se heló, mis músculos se tensaron y los latidos que
antes había obviado volvían a taladrar mi cabeza. Tragué pesado, notando como
algo me obstruía los pulmones y me impedía respirar con normalidad. De pronto
llovía, a cántaros. Miré por la ventana inconscientemente y me alteré de manera
considerable al comprobar que no caía ni una sola gota del cielo. No obstante,
el goteo, el caer de la lluvia, resonaba en mi cabeza una y otra vez como un
eco constante. Relámpagos centelleaban ante mis ojos, truenos ensordecedores
ahogaban el bombeo de mi corazón... El teléfono volvía a sonar, ese teléfono
que había tirado por la ventana desde el último piso de casa para no oírlo
nunca más. Y volvía a sonar...
Su rostro vino a mi mente. Su sonrisa, su belleza. Los cabellos le caían por
los hombros, azabaches, de un negro lustroso que yo siempre había alabado. Escuchaba
su risa, sentía el calor de sus abrazos...
Y luego, como en una pesadilla, todo volvía a ser oscuro. De nuevo los truenos,
la lluvia torrencial... El teléfono. Me veía a mi misma llorando. Me veía a mí
misma tirada en el suelo, desgarrada de dolor. Escuchaba nuevamente la voz de
ese médico al otro lado del auricular. "Cuando llegó, ya no estaba con
vida..." Muerta... Estaba muerta. Estaba muerta y ni siquiera la pude
ver una vez más, ni siquiera la pude ver una vez más por ese jodido reclamo de
esa nueva compañía de moda. No la pude volver a ver, después de estar un mes
esperando que regresase a casa y poder ver nuevamente esa sonrisa que me
recordaba quién era y que todo tenía un sentido, porque la tenía a ella para
ayudarme a encontrarlo, para apoyarme.
Gritos. Recuerdo que había gritado. No sé durante cuánto tiempo. Sé que cuando
había ido al hospital había gritado. Volvía a sentir el agarre de los médicos,
como las cuerdas vocales se tensaban en mi garganta como si los alaridos
volviesen a resonar entre las paredes. Recordé a mi padre, llegando en el
último instante antes de que retirasen el cuerpo a la morgue... Le pegué, le
pegué con todas mis fuerzas como si fuese un combate de mis clases de kick boxing, como si fuese el puto saco de entrenamientos. Le pegué, y fue lo último
que hice antes de que me echasen del hospital...
–...
–No, no quiero hablar de su muerte. - dije cortante, mordaz. Mi cuerpo se
convulsionaba de manera alarmante.
–...
– ¡He dicho que no quiero hablar de ello!
Me incorporé. Descargué los puños sobre la superficie de madera de su
escritorio, lancé su maldito cuaderno hacia la otra punta de la habitación. La
sesión había concluido. Mi respiración era jadeante y frenética, me escocían
los ojos; tenía que salir de ahí. Volviéndome sobre mis talones, comencé la
carrera hacia la puerta. Farfulló algo, no sé el qué, pero no me volví. A mi
paso, la secretaria o lo que fuese esperaba en su pequeña mesa. Sus ojos se
dilataron sobremanera al ver mi marcha. No se atrevió a detenerme. Hizo bien.
Cerré la puerta de salida tras de mí de un brusco golpe seco. Bajé las
escaleras de dos en dos, en unas cuantas ocasiones estuve a punto de abrirme la
cabeza. Estaban resbaladizas o yo bajaba demasiado deprisa.
Estaba de nuevo fuera, en el exterior. Mis manos temblorosas rebuscaron en el
abrigo hasta encontrar la cajetilla de cigarrillos. Saqué uno del paquete y me
lo llevé a los labios. Tuve que realizar tres intentos antes de acertar a
encender el mechero y prenderle fuego. Una larga calada, el humo que se dirigió
en espiral hacia el cielo grisáceo que reinaba sobre mi cabeza. Respiré,
tratando de hacer a un lado el repentino revuelo que se había amontonado en mi
cabeza.
El móvil, sí, necesitaba el móvil. Lo recuperé del interior del bolsillo de la
gabardina y marqué a una velocidad irreal un número reciente.
- James, ven a buscarme. - Era prácticamente una orden, pero no tenía tiempo
para reparar en el tono de mi voz. - Tú sólo hazlo, ¿vale? Te deberé un favor.
-Colgué.
La espiral de sucesos no había hecho más que empezar.
[...]
A partir de ese momento, justo cuando la línea se cortó bajo la presión de mi
dedo sobre el botón rojo del teclado táctil, los recuerdos son difusos,
borrosos, sueltos y sin un orden lógico. Recuerdo el derrape, ese primer
derrape justo tras haber recorrido unos cuantos metros de la carrera en la que
nos habíamos metido de lleno James y yo. Sabía que corría, quería correr con él
y olvidarme de todo un rato. Mala idea.
Recuerdo sus gritos. Como repetía una y otra vez la misma frase mientras
trataba de maniobrar. Los frenos, decía algo sobre los frenos... Luego, un gran
estruendo. Un golpe fuerte, nuestros cuerpos sacudirse, una lluvia de cristales
que me cortaban la piel a su paso. El metal que se doblaba como una hoja de
papel. Sangre... Oscuridad. Luego, tan sólo sonidos. La sirena de la
ambulancia, farfullos inteligibles del equipo médico, el rítmico caer del
gotero del suero...
Luz.
Abrí los ojos y ya estaba tendida en la camilla del hospital. Rodeando mi
muñeca derecha, sujetándola a una de las barandillas de la camilla, las
esposas. Unos oficiales me comunicaron que habíamos matado a un hombre en el
accidente. Me limité a asentir. Tenía la garganta seca y todavía estaba
dispersa por los efectos del sedante. Tan sólo quería seguir durmiendo.
¿Era una pesadilla? ¿Todo aquello, desde la muerte de mi madre había sido una pesadilla?
Sí. Era una pesadilla en la vida misma. La cuestión era que, si esa pesadilla
está en la propia realidad, si ese mal sueño no termina abriendo los ojos...
¿Cómo se puede escapar?
[...]
1 comentarios:
Mooola!, buen relato. Ya estaba bien de tanto vampiro gey.
Sigue así, aunque no estaría mal un poco más de brillo y luz en los relatos (pero sin pasarse), que de sombras y pesadillas ya está el mundo lleno.
Un abrazo...
:)
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