IN THE MIDDLE OF THE NOTHING
CAPÍTULO 3: ODIO CUANDO ME VES LLORAR
- Ámber,
ella es Lyssandra, es nueva y la estaba orientando un poco. Lyssandra, ella es
mi hermana pequeña, Ámber.
-
Encantada. - Trato de dibujar en mi faz una sonrisa entrañable, quizá, si lo
hago, esos ojos desafiantes se tornen más cordiales.
- Ojalá
pudiese decir lo mismo. - No podía estar más equivocada, sin duda. Con un
último reojo desdeñoso, la chica se vuelve hacia su hermano, volviendo a
mostrar una mirada cándida y ajena de malicia. - Nath, la directora te estaba
buscando. Dice que quería consultar algo contigo antes de que entrases en
clase.
Observo
a Nathaniel, el cual no puede evitar fruncir el ceño, poniendo en duda,
obviamente, las palabras de Ámber. Aún así, finalmente, asiente con lentitud;
supongo que teme que, después de todo, la directora realmente pregunte por él y
estar fallando a sus responsabilidades. Se vuelve hacia mí, dedicándome una
última y cálida sonrisa. - Nos vemos más tarde, Lyssandra. Ánimo con las
clases, te irá genial.
La
figura del chico desaparece entre la multitud que ya se apelotona en las puertas
de las respectivas clases, una marabunta mucho más densa, aunque también más
lenta ahora que deben comenzar con el suplicio de la mañana. Tras dejar mi
cazadora junto con el material extra en la taquilla, cierro la misma,
volviéndome con la intención de entrar en el aula. Lo que no esperaba era
volver a toparme con la cabeza rubia de Ámber. Ella sigue frente a mí,
escoltada por esas dos muchachas que son las réplicas de su mirada furibunda.
Da un paso al frente, hacia mí, recortando la distancia entre ambas y,
sobretodo, clavando de manera más intensa y alarmante esos inmensos ojos, que
parecen escupir fuego desde el fondo de sus pupilas. ¿Qué demonios le he hecho
yo a esta chica?
- Así
que eres amiguita de Nathaniel, ¿eh? - Cada una de las palabras las arrastra,
semeja escupirlas con un asco solo superado por el que me dedica desde su ahora
altanera mirada. -Te lo
diré solo una vez, ya que eres nueva y puede que no estés al tanto de este tipo
de cosas: ni se te ocurra acercarte a Nathaniel, ¿lo has entendido? No voy a
dejar que mi hermano se junte con la primera inmundicia que se cruza en su
camino.
Parpadeo,
perpleja, sintiendo que, sencillamente, no puedo creer lo que oigo. Creo que,
de tener la energía suficiente, me echaría a reír. Sin duda, esta tal Ámber se
lleva la palma. - Creo que tu hermano dejó de usar pañales hace tiempo, ¿no? Al
menos se le ve bastante crecidito. - comento, sin dejarme amedrentar. ¿Por qué
debería? Arqueo ambas cejar, dedicándole una mirada condescendiente. - Él sabrá
con quién debe juntarse. Que tú, sin embargo, no hayas superado la fase embrionaria...
No es un problema que me concierna.
- ¿Qué?
- Ni siquiera parece que haya entendido lo que he dicho.
- Digo,
que si eres tan insegura que todavía dependes tanto de tu hermano y tienes
miedo de que alguien te lo quite, no es mi problema. No tengo la culpa del
crecimiento cerebral retardado. - No voy a ser yo la que se quede callada
cuando comienzan a insultarme.
Su cara,
sin duda, no tiene precio; comienza a tornarse roja por la pura furia, la rabia
contenida al, supongo, no tener nada que responder, o no tener unas palabras
que se escapen de las convencionales como "cállate, muerta de
hambre". Sus amigas, por su parte, se limitan a formar en sus diminutas
bocas una marcada "O".
- No
sabes con quién te estás metiendo. - Gruñe la rubia, masticando las palabras.
Sus dientes parecen chirriar de pura ira.
- Dicen
que más vale una retirada a tiempo, Ámber. - me limito a decir, encogiéndome de
hombros, alargando su nombre de manera deliberada. No tengo nada más que decir
al respecto, así que me vuelvo, tan solo esperando que, lo que me espere dentro
del aula no sea tan desagradable. Creo que a esto se le puede llamar no empezar
con demasiado buen pie. Pero, he de admitir que ha conseguido que me sienta
bien.
El juego
ha comenzado.
*****
Creo que
ahora mismo preferiría seguir soportando a Ámber.
Un
centenar de ojos están fijos en mí con una atención abrumadora. Siento el
corazón en la garganta, los latidos aumentar su frecuencia hasta resonar en mis
propios tímpanos. Por algún extraño motivo, ser el centro de atención me está
consumiendo. Desvío la mirada de los estudiantes, observando a mi profesor, el
señor Farrés, tratando de transmitirle con mi mirada suplicante, que no hace
falta ningún tipo de presentación. No parece prestarme ni la más mínima
atención.
- Esta
es Lyssandra Morrison. Se acaba de incorporar a las clases y será vuestra nueva
compañera de aquí a fin de curso. - El hombre parece agradable, de verdad,
semeja que es una de esas personas que realmente disfrutan con su trabajo como
maestros. Pero, ahora mismo, solo puedo pensar en la necesidad que tengo de que
me deje sentar de una maldita vez y hundirme en el anonimato. - ¿Quieres
decirle algo a tus compañeros, Lyssandra? - ¿Enserio? Oh, vamos, léalo en mi
cara, "Dé-je-me-hu-ir". - Está bien, puedes tomar asiento. - ¡Al fin!
- Tu pupitre es el que está al fondo. - Llevo la mirada, obviando las demás que
siguen fijas en mí, persistentes, para clavar los ojos en dos asientos vacíos,
justo en la última fila de la clase. - Hoy tu compañero no ha venido a clase,
de modo que el asiento a tu lado tampoco está ocupado. - Algunos parecen
entornar los ojos, otros, sin más, bufan y comentan por los bajo "Típico
de él."
Parpadeo,
perpleja. ¿Qué clase de sujeto es mi compañero?
*****
- ¿Así
que eres canadiense? - Los ojos de Iris brillan con tanta fuerza como el sol.
No entiendo a qué se debe tanto entusiasmo por mi procedencia, pero lo cierto
es que logra arrancarme una sonrisa.
- Bueno,
solo en parte. - respondo, jugando con las mangas de mi camiseta, doblando y
estrujando el borde entre los dedos, tapando y destapando mis propias manos
escondidas por la tela. - Nací en Alemania, en Leipzig, concretamente, pero con
solo dos años nos mudamos, así que se puede decir que mi vida transcurrió
enteramente allí. - La pelirroja parece sorprendida. Con mirada cansada, mi
vista se pierde en el patio.
Había
empezado a hablar con Iris tras la clase del señor Farrés. En realidad, ella se
había acercado a mí, supongo que por cordialidad y simpatía, pero había
resultado agradable, al menos, contar con alguien y no sentirme tan
desamparada. Nathaniel, además, se había acercado una vez había sonado el
timbre que anunciaba el descanso, pero se tuvo que disculpar puesto que sí
había sido cierto que la directora requería de él para poner al día cierto
papeleo. Así pues, de no ser por Iris, supongo que hubiese pasado sola este
rato libre. Sin lugar a dudas no hubiese sido bueno para mi mente. Mantenerme
ocupada, distraída, surte efecto. Quizás debí de haber hecho caso antes a la
buena de la tía Sophie pero, parte de mí, necesitaba ese tiempo no solo para
remendar mis propias heridas, sino como un pequeño silencio en homenaje a los
ausentes.
- ¿Pasa
algo? - Tardo todavía unos segundos en desviar la mirada, todavía concentrada
en algún recoveco del patio, perdida entre el bullicio del mismo, antes de
volver a mirar a mi compañera. Tuerce el gesto, preocupada.
Taciturna,
trato de recobrar la sonrisa extraviada. - No, todo está bien, tan solo estaba
pensando... - Suspiro. Es mejor dejarlo estar. Niego con la cabeza mientras
estiro las piernas, sentada sobre uno de los escalones de las escaleras de
acceso. - No te preocupes, no tiene importancia.
La chica
no insiste. O bien respeta mi espacio o simplemente no quiere incomodarme. Permanecemos
en silencio un buen rato, simplemente observando a los estudiantes, o perdiendo
la mirada en un cielo que comienza a encapotarse. Luego, Iris parece interesada
en repasar la lección de lengua dada esta mañana. El tiempo pasa mientras
revisamos los apuntes y, justo antes de que suene el timbre que indica el
retorno a las aulas, una especie de melodía llega hasta mis oídos.
¿Son lo
que suenan..., acordes de una guitarra?
El
timbre suena entonces sobre nuestras cabezas, los estudiantes comienzan
apelotonarse. Sin embargo, mi mente está puesta en otra cosa.
-
Lyssandra, ¿me oyes? Hay que volver a clase.
- Sí...
- asiento de manera distraída. A pesar de ello, yo no estoy pensando en las
clases ahora mismo. Hay otra necesidad imperante, algo que, de pronto, es
crucial. - Ve adelantándote, ahora voy.
Iris
parece dubitativa durante unos instantes pero, finalmente, al ver que yo, ya en
pie, no tengo ninguna intención de seguirla, opta por entrar. Espero unos
minutos, unos frustrantes momentos hasta que el patio vuelve a estar en
silencio, hasta que, ese suave mutismo, es roto únicamente por las cuerdas de
una guitarra. Mi corazón da un fuerte vuelco en el pecho. Hace dos tortuosos
meses que no he vuelto a escuchar los acordes de una guitarra, dos meses en los
que la propia Dafne ha estado forzada a permanecer muda. Pero no es solo el
simple sonido, no es solo la mera sensación que despierta el escuchar ese
instrumento.
Es el
hecho de que yo conozco la melodía que suena.
Las
notas se clavan en mi pecho, lo martirizan y endulzan a la par. Mis pasos
tambaleantes, cobran ritmo, se acercan a la carrera, y la respiración se me
quiebra a medida que las notas se suceden. Tan suave, tan dulce, tantas noches
durmiéndome mientras le pedía que la tocase para mí una sola vez más. Acelero
el ritmo, más rápido. Todavía puedo escuchar las notas con suavidad flotar en
el aire. Un traspiés, pero logro mantener el equilibrio. La suavidad de la
melodía empieza a tornarse eco. Giro la esquina del edificio, casi llego hasta
ella, solo un poco más...
Pero,
cuando finalmente mis pies llegan hasta el origen de aquella dulce guitarra, el
viendo ya se ha llevado hasta el último acorde. Nada, no queda nada, no hay nada.
Una brisa de aire gélido alborota mi melena. ¿Habrá sido él? ¿Se acordará de mí
desde lo alto? ¿O sencillamente mi mente ya roza la locura? "Papá..."
Y, sin más, esa palabra lo inunda todo, esas dos únicas sílabas se repiten,
incesantes, en una cabeza demasiado cansada para seguir luchando.
Me giro,
decaída, tal vez desilusionada por una búsqueda infructuosa. Aunque, realmente
¿qué pensaba encontrar? ¿Pensaba verlo a él? O, tal vez, tan solo me movía el
sentimiento de comprensión, de saber que, quizás, alguien más sigue rindiendo
homenaje a su memoria.
Mis
pasos, sin darme cuenta, ya vuelven a dirigirse
de vuelta hacia la puerta de entrada al instituto. Me siento cansada,
agotada, como si llevase años caminando. Trato de consolarme con que tan solo
quedan un par de clases, con que, al fin y al cabo, no es tan temible como me
lo imaginaba...
Pero,
cuando veo aquel bulto en las escaleras, algo en mi interior me dice que no es
así. Avanzo, solo un par de pasos más, y ese bulto se convierte en mis cosas,
hechas jirones, destrozadas, completamente masacradas y esparcidas como restos
inservibles sobre el hormigón. Mi cazadora, su cazadora, yace descosida y
rasgada bajo un cartel que reza "FUERA ESCORIA."
Mis
piernas ceden. Caigo de rodillas. Si bien antes estaba cansada, ahora me
encuentro derrotada. Me han arrebatado todo, me han despojado incluso de su
abrazo, de la calidez de lo poco de él que me quedaba y que me hacía sentir
protegida, segura, que hacía que lo sintiese un poco más próximo a mí en mi
batalla contra el mundo. Pero ya no existe batalla, ya no hay nada que me
sostenga. Las lágrimas, una vez más, caen, silenciosas, por mis mejillas,
mientras un cuerpo dolorido de descompone por cada llanto que escapa de mi
boca.
Quizás
de no haber estado cegada por el lloro; quizás de haber vuelto durante unos
segundos la cabeza, hubiese llegado a vislumbrar su silueta, una silueta que se
detuvo cuando encontró a una chica sollozando, una silueta que asía una
guitarra, una silueta que vaciló unos instantes y que, después, se alejó, en
silencio, sin interponerse en el dolor, volviendo a callar una canción que sonó
como preludio del nuevo sufrimiento.
Y,
entonces, una melena roja se perdió entre la última brisa de aire.
*Título del capítulo dedicado a la canción de I hate it when you see me cry, de Halestorm.*